“Los ‘elementos de
superficialidad y precariedad de la experiencia estética’, presentes en la
sociedad tardo-moderna o postmoderna no son, entonces, necesariamente sinónimo
de alienación: ‘la ‘sociedad del espectáculo’ de la que hablaban los situacionistas
no es sólo la sociedad de las apariencias manipuladas del poder; es también la
sociedad en la que la realidad se presenta con caracteres más suaves y fluidos
y en la que la experiencia puede adquirir los rasgos de la oscilación, de la
desorientación, del juego’ y de la ambigüedad [1].
A esta fenomenología y movilidad de la experiencia, reencontrada y renovada,
Vattimo liga uno de los pasajes más importantes para legitimar el Wessen de la postmodernidad: el aligeramiento del ser – a lo que
corresponde ‘la esencia ornamental de lo bello’, lo efímero de los productos,
el eclecticismo de las formas artísticas y en general el concepto de ‘estetismo’[2]
que, desarrollado en la segunda mitad del siglo XIX, presentaba el arte como ‘una
experiencia de lo agradable’ dilatada y al alcance de todos – traslada el
interés de la estructura del objeto a su carácter de acontecimiento, interrelacional,
metamórfico, evidenciando una experiencia estética que, al oponerse a la
estabilidad estructural del dato, se afirma en la diferencia y en continuo
devenir, en el proceso de posibles referencias que, en su juego recíproco,
constituyen el así llamado ‘mundo real’.
Entre la experiencia
estética y la vida se da, entonces, una transferencia continua: el arte,
interpretada por sobre todo como fuente de placer, se dilata y deviene parte
esencial de la vida cotidiana, sin embargo en esta invasión, se ‘vulgariza’ (en
un sentido no necesariamente valorativo, sino descriptivo), se contamina, y
pierda definitivamente su ‘aura’ original. No quiere subvertir nada, sino sobre
todo decorar, embellecer, mejorar la existencia, acentuando a través del
ornamento una ‘reivindicación de la vida’, porque […] ‘permite el disfrutar del
la apariencia, de aquello que encontramos al ver y, por lo tanto, al vivir’[3].
Exactamente lo contrario, por lo tanto, de las exploraciones de las vanguardias
que, al llevar arte en la vida y en la sociedad, intentaba hacer del arte (y de
la arquitectura) el proyecto de una reorganización utópica del mundo.”
Gregory, Paola (2012 [2010]) Teorie di architettura contemporanea. Percorsi del postmodernismo. Roma: Carocci editore. pp 23-24.